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Soñar es querer
por Daniel Bollo

Daniel Bollo y Alfredo Civalero partieron en un Ford T modelo 1926 el 27 de Diciembre del 2000 desde La Quiaca. El 1ro. de Enero, desde Córdoba, se unió a la aventura Domingo Koiman con una camioneta de apoyo. Tras 5.500 Kmts. recorridos a 45 Kmts. por hora, y ya en un nuevo siglo, llegaron a Ushuaia el 11 de Enero de 2001. Su lema fue: Soñar es querer, querer es poder, poder es llegar.

Las fotos, relatos y detalles del viaje se pueden ver en:
www.fordt.org.ar/raid

Nuevamente nos engañaban, lo habían hecho toda la semana. Hacia el mediodía se asomaban desde el Oeste, en un primer momento tímidamente para ir cobrando poco a poco mayor dimensión. Hacia el final de la tarde, ya convertidas en grandes nubarrones, eran amenaza de lluvia casi segura, pero no se terminaban de decidir.
Su indecisión no nos preocupaba mucho, ya que seguíamos avanzando; lo que nos divertía era esa especie de libreto que se repetía desde hacía más de cinco días.

Desde que entramos en la Patagonia había pocas distracciones en el paisaje y teníamos mucho tiempo para observar, así que aprendimos rápidamente a captar muchos aspectos de la naturaleza que nos pasaban desapercibidos en la ciudad: el fuerte color azul del cielo, la vegetación, los animales que cruzaban nuestra ruta y las miles de estrellas que se descolgaban por la noche, la que cada día llegaba más tarde, a medida que avanzábamos hacia el Sur.
Habíamos partido de Puerto San Julián hacía más de media hora, el sol se hundía por el Oeste. En el auto todo funcionaba bien. Los ruidos con los que cada parte comunicaba su estado enviaban mensajes tranquilizadores. La velocidad era la correcta; ante la falta de velocímetro, había cronometrado 78 segundos para recorrer un kilómetro, lo que equivalía a 46 kilómetros por hora, apenas uno por arriba de nuestro promedio.
Experimentaba esa sensación extraña al manejar a El Caminante, mezcla de paz y excitación, que provocaba que nos disputáramos el volante. Seguramente en estos momentos, Alfredo y Domingo, que venían atrás en la camioneta, estarían deseando que pasasen rápido las dos o tres horas que duraba cada turno de manejo para poder conducir ellos.

Esa sensación al manejar se reforzaba con la monotonía del paisaje, lo que invitaba a pensar y recordar.

Recordar cuándo con Alfredo salimos en ómnibus desde Córdoba, el 25 de Diciembre por la noche, para reencontrarnos en Jujuy con el auto que habíamos enviado una semana antes, o la salida desde La Quiaca, con toda la expectativa del comienzo de un sueño que a esa altura estaba cubierto de interrogantes: podríamos hacerlo?, qué tal se comportaría el auto?... Recordar también nuestro paso por Córdoba, el reencuentro con los amigos que nos alentaban, el cansancio de cada día que se justificaba al sacar la cuenta de los kilómetros recorridos.
Realmente había mucho para recordar, cada día, en base a anécdotas y acontecimientos, fabricábamos recuerdos para muchos años. Sabíamos que lo que estábamos viviendo pasaba rápido, pero difícilmente lo íbamos a olvidar.
Una explosión fuera de tiempo me sacó de mis cavilaciones; corregí el avance y me fijé en el botón de mezcla de nafta: estaba en la posición correcta. Era sólo un llamado de atención de El Caminante para recordarme que estaba allí. El era el protagonista de este sueño y con sus 75 años recién cumplidos (según su número de motor, nació el 11 de Diciembre de 1925, a media mañana), nos daba el ejemplo de lo que debería ser nuestra futura vejez.
Nuevamente pensé en Alfredo y Domingo. Seguramente vendrían a las risotadas en la camioneta. Ya me habían hecho un par de bromas por el handy hacía unos minutos. De todos los peligros, la convivencia había sido una de las mayores preocupaciones que tenía cuando planeaba el viaje. Este sueño podría haberse convertido en un infierno con acompañantes que no tuvieran el buen humor, la solidaridad y el compromiso que demostraban ellos. Eran muchas las horas que habíamos pasado juntos, horas de cansancio, ansiedad y hasta nerviosismo, tiempo que no hubiera sido posible aparentar. Realmente nos sentíamos bien acompañados y disfrutábamos de ese compañerismo.
Faltaban aún tres días para llegar y ya vivíamos la angustia de que el sueño iba a ser felizmente cumplido, tristemente terminado. Alfredo preguntaba si en la Antártida seguía la ruta 3, buscándole continuidad a esta experiencia.
Pero aún faltaban esos tres días, había que disfrutarlos al máximo. Que lindo estaba el aire de la Patagonia!. Le bajé el bigote al Ford porque nos acercábamos a una subida.

Daniel Bollo

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